domingo, 13 de marzo de 2011

¿CÓMO VIVIR LA CUARESMA?

Cuarenta días, cuarenta noches: la palabra Cuaresma se deriva de «cuarenta». En sí, esta palabra recuerda los cuarenta años pasados por el pueblo hebreo en el desierto, entre la salida de Egipto opulento y la entrada a la tierra prometida (cfr. libro del Éxodo); pero también los cuarenta días y cuarenta noches de la peregrinación de Elías, hasta la montaña de Dios en el Horeb (I Reyes 19, 8); y los cuarenta días pasados por Jesús en el desierto, a donde fue llevado por el Espíritu después de su bautismo, antes de emprender el camino de predicar la Palabra de Dios (Mateo c. 4).

Nos prepara a la Pascua
Desde los primero tiempos de la Iglesia, la Cuaresma es esencialmente el tiempo de preparación para la celebración de la Pascua y, por la misma razón, el tiempo de preparación de los catecúmenos para recibir el bautismo.

Pero son los textos del Evangelio quienes estructuran la liturgia de la Cuaresma: las tentaciones de Jesús en el desierto, el ciego del nacimiento, el diálogo con la Samaritana y la resurrección de Lázaro señalan el recorrido de iniciación cristiana propuesto a todos los que serán bautizados en Pascua, y también a todo bautizado en memoria de su bautismo.

Darnos tiempo
La Cuaresma es, pues, considerada como un tiempo durante el cual los cristianos se ponen más intensamente ante el misterio de su fe, para prepararse plenamente a la Pascua: vida, muerte y resurrección de Jesucristo. Para que se acuerden de los cuarenta días de Jesús en el desierto y de las «tentaciones» que Él sufrió, los cristianos dedican un tiempo a la oración, al ayuno y a la conversión. Es, pues, solamente, a la luz de la Pascua que podemos comprender esta «cuarentena», que señala el tiempo de nuestra marcha hacia Dios.

Somos invitados a entrar en la Cuaresma con todo el empeño que se pone en la preparación de un acontecimiento decisivo. Ante todo hay que darnos tiempo, porque no tenemos hoy los mismos ritmos que antes, y el tiempo no está estructurado de la misma manera regular para todos. Aún el domingo ha perdido mucho de su matiz y, excepto la interrupción de la vida profesional, apenas se distingue de los demás días.

Por tanto, sea cual sea la manera, busquemos comprender lo que queremos vivir. Darnos tiempo de recordar, de prepararnos, de escucharnos a nosotros mismos, a los otros.

Encontrar el propio desierto
Reflexionar. Descargarse, desembarazarse de lo que entorpece, de lo que ata. Aceptar hacer una pausa, tener un ?desierto interior?, un lugar que esté lejos de ruidos superficiales para entrar en uno mismo, para escuchar mejor. Aligerarse por el ayuno, aislarse en el desierto son las condiciones que se nos proponen para ponernos en camino hacia un conocimiento más grande, un descubrimiento nuevo.

Cada quien ha de encontrar su desierto y su ayuno. Nada se detiene durante la Cuaresma: ni la vida familiar, ni el trabajo, ni las preocupaciones, ni las relaciones felices o menos. Las tardes son agotadoras, los fines de semana muy cortos. Hacer un alto, aunque sea en forma muy modesta, es ser llevado por el Espíritu, como lo fue Jesús cuando se retiró al desierto.

Es el signo de una disponibilidad que abre sobre el trabajo de preparación de la que cada uno tiene necesidad para entrar en la inteligencia de la Pascua.
El texto de los cuarenta días de Jesús en el desierto nos muestra cómo Él fue confrontado consigo mismo, a todas las preocupaciones que surgen en el hombre cuando él trata de decidir su relación con Dios.

Lo mismo que para nosotros. Cuando aceptamos poner en nuestra vida un poco de reflexión, y de ayuno, comenzamos a ver las cosas y a experimentarlas de otra manera. El desierto no es forzosamente un lugar de silencio. Es también el lugar en donde se dejan oír murmullos interiores que son habitualmente inaudibles por los ruidos exteriores ordinarios.

Acceder al combate espiritual
Si nuestro desierto y nuestro ayuno nos permiten ver dentro de nosotros mismos, probaremos quizás el escándalo de no ser dioses y no poder poner todo bajo nuestros pies; o nos descubriremos terriblemente hambrientos de otro pan que el de la Palabra de Dios; y, más todavía, estaremos tentados por la desesperación delante de nuestro pecado y nuestra incapacidad de responder totalmente al llamado de Dios. Pero, en este combate, tal vez viviremos un encuentro amoroso, como en la lucha de Jacob con el Ángel, en un cuerpo a cuerpo con Dios hasta que Él se descubra: «No te dejaré hasta que tú me bendigas» (Génesis 32, 23 ? 32).

Comprender lo que quiere decir «Resurrección»
En la Cuaresma nos preparamos a comprender un poco mejor lo que quiere decir «Resurrección», nos hace anhelar la absoluta necesidad de la salvación.

Durante esta «cuarentena» nos podemos preparar cultivando la confianza que nos viene de la fe y la disponibilidad del discípulo que se deja instruir. En el fondo se trata de hacer que nuestra vida sea el lugar mismo de escucha y de aprendizaje progresivo de la vida de fe.

La Cuaresma puede prepararnos activamente haciéndonos alcanzar el gran combate cuerpo a cuerpo con Dios que tendrá su final en la mañana de Pascua.

CUARESMA, CAMINO DE CONVERSIÓN, HACIA LA PASCUA

A todos los jóvenes y asesores de JMV de Latinoamérica

Queridos Jóvenes y asesores de JMV, como Iglesia iniciamos un nuevo tiempo litúrgico denominado CUARESMA, tiempo de gracia que nos regala el Señor, para prepararnos con alegría a la celebración de los misterios de nuestra salvación: “Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión de nuestro Señor Jesucristo”. Que este tiempo nos ayude, desde ya, a vivir una auténtica conversión del corazón para caminar enraizados en Cristo culmen y fuente de nuestra fe y de la vida cristiana.

La Cuaresma, además de invitarnos a la conversión, nos recuerda el amor inmenso que Dios nos tiene y que por eso nos invita a asumir el reto de la santidad, imperativo al que nosotros, como discípulos del Señor, no podemos renunciar. Seríamos bastante ingenuos si pretendiéramos vivir la santidad alejados de lo que somos (hijos de Dios y miembros de la Iglesia), de nuestra realidad concreta (evangelizadores de los pobres en JMV), y de las notas que nos caracterizan como asociación (laicos, eclesiales, misioneros, marianos y vicentinos). Seríamos ingenuos si no nos atreviéramos a discernir en nuestra vida de fe, aquellas situaciones de pecado que impiden en nosotros, un crecimiento humano y espiritual.

Tengamos en cuenta que la conversión, en el tiempo fuerte de la cuaresma, no es solamente ponerse ceniza, guardar abstinencia de carne, y hacer penitencias o dar limosnas. La conversión es una transformación absoluta de la mente y el corazón, de todo nuestro ser, así lo expresa el profeta Ezequiel cuando dice: “Cuando el pecador se arrepiente del mal que hizo y practica la rectitud de la justicia, él mismo salva su vida si recapacita y se aparta de los delitos cometidos; ciertamente vivirá y no morirá”. Es necesario pues llegar hasta los últimos rincones de nuestra personalidad en el camino de conversión. Es necesario examinar incluso hasta nuestros sentimientos que son los que muchas veces nos traicionan, ¿verdad?.

Hermanos, ¡cuántas veces, nuestros anhelos de perfección se han visto carcomidos por los sentimientos!, ¡Cuántas veces el interés por los demás, porque los demás crezcan, por ayudarlos se ha visto arruinado por los sentimientos!; ¡Cuántas veces nuestro deseo de una mayor entrega a Cristo se ha visto totalmente apartado del camino por culpa de nuestros sentimientos!; y no porque ellos sean malos, porque son un don de Dios, y como don de Dios, tenemos que hacerlos crecer y enriquecernos con ellos, sino porque muchas veces olvidamos que las decisiones en la vida se toman en libertad y con la voluntad. Frente a esta realidad me preguntarás: ¿y qué hemos de hacer?, ¿Cuál es el camino a seguir?. El camino es el examen de conciencia, el reconocer que los sentimientos aparecen y desapareen en nuestra vida por hechos concretos que nos tocan vivir: “Si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene una queja contra ti, deja tu ofrenda, y ve a reconciliarte con tu hermano, después presenta la ofrenda”. Así es hermanos, entrar constantemente dentro de nosotros mismos y vigilar nuestra conciencia es el camino necesario, para dominar nuestros sentimientos, de tal manera que no perdamos nada de la riqueza que ellos nos puedan aportar, pero tampoco nos dejemos arrastrar por su corriente, que muchas veces nos llevan tan lejos de Dios y de los hermanos.

Queridos jóvenes y asesores, el camino de conversión en la vida no es fácil, pero tampoco imposible, exige de nosotros una gran apertura del corazón, exige estar dispuestos, en todo momento, a cuestionarnos y a enriquecernos. Hagamos pues, de la Cuaresma un camino de enriquecimiento, un camino de encuentro más profundo con Cristo y con los hermanos, un camino en el que al final, la Cruz de Cristo haya tocado todas las fibras y resortes de nuestro corazón.

Bendiciones.


P. Arturo Aguirre Rojas, C.M.
Director Nacional de JMV, y
Asesor Latinoamericano de JMV

MIÉRCOLES DE CENIZA: INICIO DE LA CUARESMA

Con la imposición de las cenizas, se inicia una estación espiritual particularmente relevante para todo cristiano que quiera prepararse dignamente para la vivir el Misterio Pascual, es decir, la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor Jesús.

Este tiempo vigoroso del Año Litúrgico se caracteriza por el mensaje bíblico que puede ser resumido en una sola palabra: "metanoeiete", es decir "Convertíos". Este imperativo es propuesto a la mente de los fieles mediante el rito austero de la imposición de ceniza, el cual, con las palabras "Convertíos y creed en el Evangelio" y con la expresión "Acuérdate que eres polvo y al polvo volverás", invita a todos a reflexionar acerca del deber de la conversión, recordando la inexorable caducidad y efímera fragilidad de la vida humana, sujeta a la muerte.

La sugestiva ceremonia de la ceniza eleva nuestras mentes a la realidad eterna que no pasa jamás, a Dios; principio y fin, alfa y omega de nuestra existencia. La conversión no es, en efecto, sino un volver a Dios, valorando las realidades terrenales bajo la luz indefectible de su verdad. Una valoración que implica una conciencia cada vez más diáfana del hecho de que estamos de paso en este fatigoso itinerario sobre la tierra, y que nos impulsa y estimula a trabajar hasta el final, a fin de que el Reino de Dios se instaure dentro de nosotros y triunfe su justicia.

Sinónimo de "conversión" es así mismo la palabra "penitencia"... Penitencia como cambio de mentalidad. Penitencia como expresión de libre y positivo esfuerzo en el seguimiento de Cristo.



Significado simbólico de la Ceniza

La ceniza, del latín "cinis", es producto de la combustión de algo por el fuego. Muy fácilmente adquirió un sentido simbólico de muerte, caducidad, y en sentido trasladado, de humildad y penitencia. En Jonás 3,6 sirve, por ejemplo, para describir la conversión de los habitantes de Nínive. Muchas veces se une al "polvo" de la tierra: "en verdad soy polvo y ceniza", dice Abraham en Gén. 18,27. El Miércoles de Ceniza, el anterior al primer domingo de Cuaresma (muchos lo entenderán mejor diciendo que es le que sigue al carnaval), realizamos el gesto simbólico de la imposición de ceniza en la frente (fruto de la cremación de las palmas del año pasado). Se hace como respuesta a la Palabra de Dios que nos invita a la conversión, como inicio y puerta del ayuno cuaresmal y de la marcha de preparación a la Pascua. La Cuaresma empieza con ceniza y termina con el fuego, el agua y la luz de la Vigilia Pascual. Algo debe quemarse y destruirse en nosotros -el hombre viejo- para dar lugar a la novedad de la vida pascual de Cristo.

Mientras el ministro impone la ceniza dice estas dos expresiones, alternativamente:

"Arrepiéntete y cree en el Evangelio" (Cf Mc1,15) y "Acuérdate de que eres polvo y al polvo has de volver" (Cf Gén 3,19): un signo y unas palabras que expresan muy bien nuestra caducidad, nuestra conversión y aceptación del Evangelio, o sea, la novedad de vida que Cristo cada año quiere comunicarnos en la Pascua.