miércoles, 23 de noviembre de 2011

“Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra”

Queridos jóvenes de JMV, escuchar y practicar la palabra de Dios son dos actitudes fundamentales de aquellos corazones jóvenes que se abren a la perspectiva del reino. De aquellos corazones que quieren vivir a plenitud el sentido de las promesas.
A ello quiero conducirlos con esta reflexión y para ello me serviré del texto evangélico de Lc 19. 38 – 42. Dos son los personajes femeninos que aparecen en la escena de este evangelio. Personajes que para Jesús constituyen amistad y cercanía, pues son una familia querida para él. Marta y María las hermanas de Lázaro, a quien había resucitado, son los personajes que encarnan dos actitudes distintas, pero esenciales en la vida cristiana: escuchar y practicar la palabra de Dios. Si Marta representa el prototipo de la actividad y María el de la oración podríamos preguntarnos: ¿qué significa esta respuesta del Señor? ¿Dónde queda nuestro deseo de hacer, de ayudar, y de actuar? Al parecer la respuesta de Jesús radica en que muchas veces nos consideramos protagonistas “principales” de nuestra vida dejando a Dios de lado; y aunque muchas veces decimos con los labios que Dios es el centro de nuestra vida con nuestras acciones negamos tal afirmación. Lo que tenemos que tomar conciencia como cristianos es que nuestra vida es la historia de las acciones que Dios realiza en nosotros y a través de nosotros; y por medio de nosotros a los pobres. Muchos de nosotros a veces, andamos como Marta, preocupados por tantas cosas, y por cosas que realmente no son importantes. Hoy en día estamos tan ocupados en el trabajo y, en la actividad que ya no tenemos tiempo ni para nosotros mismos, ni para los demás, y mucho menos para Dios en la oración. Y justamente esa es la ”mejor parte” a la que se refiere Jesús en el evangelio. La “aparente” inactividad de María en la oración es la mejor parte, y la única necesaria, y eso porque a través de la oración Dios nos muestra su voluntad. Vemos pues como la oración nos lleva a la verdadera acción: es decir, la acción que desea el Señor de nosotros; no la que nosotros nos buscamos o nos inventamos, que casi nunca coincide con la que Dios quiere de nosotros. Cierto día una feligrés me invitó almorzar a su casa, y de tanta insistencia acepté. El día del almuerzo me di con la sorpresa que había hecho crema con pollo, lo que menos me gusta. Pero por respeto comí. Al terminar me ofreció otro poco, a lo que respondí que no… pero como insistía tanto al final le dije la verdad.. que la crema con pollo no me gustaba. Ella me respondió y porque no me dijo cuando lo invité. Le contesté: porque usted no me lo preguntó. Así pasa con nuestra vida delante de Dios, queridos hermanos, hacemos “tantas cosas para Dios”, y no le preguntamos si en realidad las cosas que hacemos le agradan. Vicente de Paúl, el santo de la caridad, nos enseña muy bien esto, él decía: “Dame un hombre de oración y será capaz de todo”. Pues sólo desde Dios, desde un encuentro personal y profundo con Él, es posible construir el reino, desde la voluntad de Dios y no de la nuestra. Demos pues, querido jóvenes, importancia a lo esencial en nuestra vida de fe, sin la oración podemos equivocarnos, no sólo en nuestra vida personal, sino también en la actividad apostólica, al confundir nuestros propios caminos con los caminos del Señor. Podríamos pensar que ya sabemos cuál es el camino, sin antes haber pasado, como María, a los pies del Señor en la oración. Que sea el encuentro profundo con Jesús en la oración el que nos indique qué debemos hacer en la vida, cuál el verdadero camino a tomar, y cuál la voluntad de Dios.

Bendiciones.

P. Arturo Aguirre Rojas, C.M
Director Nacional de JMV